Flanqueado entre la escultura de Asorey a Curros Enríquez y la estatua de Daniel Carballo obra de Agustín Querol y Mariño, está el Paseo de las Palmeras de los Jardines del Relleno que a lo largo de los años ha ido acogiendo diversidad de actividades. Recordar su evolución es pasear por una parte lúdica de la historia de la ciudad.
El caballito Lindo es el recuerdo más lejano que tengo, finales de los cincuenta, con su fotógrafo de trípode y manguito maravilloso; qué niño de aquella época no tiene perdida entre cajones o pegada en álbumes amarillentos una fotografía montado en él con sonrisa feliz y desafiante.
A los pies de Daniel Carballo un pequeño kiosco daba la posibilidad de hacerse una fotografía para el carnet de identidad. En un lateral de La Terraza sobre la plataforma que cierra el edificio estaba Foto Paco que ofrecía los mismos servicios.
Hacían compañía a los fotógrafos los barquilleros del cilindro y ruleta de la suerte: cuatro, seis, ocho. “¡Cuántos me han tocado!” y en sana competencia los barquilleros del palomar que al módico precio de dos realitos ofrecían los de canela y limón.
Con el tiempo se instalaron los coches de choque de Camarero. Muchas horas de pandilleo empleadas, no todo confesable. A veces las evoluciones con los coches eléctricos eran animadas por los toques de los chicos de la OJE que desfilaban a ritmo de tambor con sus pantaloncitos cortos entonando “Montañas nevadas”. En el edificio de La Terraza tenían su sede.
Los domingos se concentraba la animación. Los conciertos de La Banda Municipal en el Palco de la Música, no era el actual, y los partidos de baloncesto y balonmano reunían mucha gente al mediodía. En los descansos se podía uno acercar a la taquilla que estaba entre el Kiosco y el hotel Atlántico a comprar la entrada para el partido del Deportivo.
Las puertas del Kiosco Alfonso, cine, se abrían en el verano y el local se transformaba en cafetería con amplia terraza y actuaciones musicales. También con buen tiempo se ponían las mesas y sombrillas del antiguo Copacabana.
El Paseo de las Palmeras he comentado que está flanqueado por las estatuas de Curros y Daniel Carballo, en verano esto cambiaba y dicho paseo quedaba entre el Palacio de los Espejos y Autos Camarero y en medio toda la animación del ferial.
Desde la Tómbola de Caridad con sus opciones a sorteos de bicicletas, que permanecían todo el verano desafiantes en la plataforma superior ante la mirada envidiosa de la chavalería, íbamos a la búsqueda de las postalillas para completar el álbum que también te hacia acreedor a participar en el sorteo de una bicicleta. Deambulábamos entre los compradores de sobrecillos de la suerte con la mil veces repetida pregunta “¿si no le toca me la da?”. Comentan que alguno decía “¿y si no me la da me la toca?” creo que es una leyenda urbana coruñesa, que después de tantas veces repetida pensamos que la dijimos alguna vez.
El Palacio de los Espejos era un espectáculo siempre. Si había dinero entraba toda la pandilla a ver quien salía antes sin tropezar con la mampara cristal y si no había, desde fuera contemplábamos como los de dentro se daban algún porrazo o su imposibilidad de salir del laberinto.
¡Arriba la bolita, ha empezado la carrera! El altavoz retumbaba en el Gran Derby, y sobre el panel se veía la evolución de la desafiante carrera con premio de unos tofes de la Viuda de Solano al ganador.
Y mucho más: los tiros al blanco, las pelotas y los agujeros, las manzanas caramelizadas, los algodones dulces, los churreros…
¡Cuánto disfrutamos, y que bellos recuerdos!
Me encanta esta recuperación de la historia del municipio. Un saludo.
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Gracias. Saludos.
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Gracias por la información. Yo conocí el paseo y la feria ya en 1962 o 63. Amén de lo dicho había un tiro al blanco en que el premio era un chupito de moscatel y una caseta de libro viejo y de aventuras.
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