La navidad de mi infancia, como en todas, era una alegría continua. Las reuniones de la familia, los adornos, villancicos, regalos, las salidas al cine… todo contribuía a un ambiente de fiesta.
Había un día que dedicábamos a visitar los belenes. Recuerdo con mucho cariño el de la Grande Obra de Atocha. Llegar a la Grande Obra era una divertida excursión por la ciudad. La primera parada al comienzo de San Andrés en la Cívico Militar, visitábamos otro excelente nacimiento y rebuscábamos en un apartado en el que vendían figuritas para el Belén. Siempre caía alguna oveja, lavandera o pastor que había que ir reponiendo en el belén de casa. A la salida enfilábamos Cordonería vigilando el paso del trole pues había poco espacio y curioseábamos entre las cesterías que había en aquella calle. Seguíamos por Panaderas dejando a la izquierda las Capuchinas con sus verjas protectoras y llegábamos al Campo de la Leña llena de tenderetes y chambos en los que se ofrecían diversos productos. Este era el final pues allí estaba y está la Grande Obra.
El belén me sorprendía por su tamaño y por el cuidado de todas las figuras y complementos: el desierto con su efigie y pirámides me llamaba especialmente la atención y no paré hasta lograr algo similar en el mío.
De vuelta a casa pasábamos por la Popular para reponernos con unos churros y chocolate.
La niñez se fue y yo me olvidé de los nacimientos. Hace unos años me pregunté si aún se seguiría poniendo. Me acerqué una tarde y me llevé una gran alegría al comprobar que todo seguía igual. Había retornado a mi infancia. ¡Cuántos recuerdos!. Este martes he vuelto a visitarlo.
El Belén parte de una idea del fundador de la Grande Obra de Atocha: Baltasar Pardal. Se inaugura en 1923. Alfonso XIII visita este Belén en1927.
El fin es eminentemente pedagógico intentando acercar a los niños el nacimiento de Jesucristo. Hace un cuidado recorrido por todas las etapas: la salida del pueblo de Israel atravesando el desierto, la casa de Nazaret donde vivía la Virgen, la ciudad de Jerusalén con su templo, Belén con sus casas y pastores, el Ángel anunciando el nacimiento del Salvador.
Todo ello perfectamente estructurado. Puesto en escena de forma cuidadosa, sencilla. Como complemento en el fondo unos dibujos pertenecientes a Camilo Díaz Baliño padre de Isaac Díaz Pardo.
Merece la pena visitarlo. Para los nostálgicos, una obligación.