KIOSCOS CON HISTORIA

Desde la Plaza de Portugal

Voy a hacer un recorrido por los kioscos que acompañaron a  la vida de la ciudad muchos años. Observo, últimamente, que van desapareciendo de plazas y calles. Echo en falta el  de Gelines en Santa Catalina donde compraba diariamente el periódico, en Juana de Vega el de Gaspar, Plaza de Galicia, final de San Andrés… muchos nos han ido dejando.

Los kioscos tenían actividad diversa: prensa, chuches, arreglos de las medias, venta de pan… y los ya olvidados del fielato a la entrada de la ciudad.

Me viene a la memoria uno que estaba en Juan Flórez cerca de las josefinas donde compraba pipas a granel que medía el kiosquero, mal encarado, con una tacita. Si llegaba el dinero lo empleaba en regalices, chufas…

Con este kiosco me acuerdo del escándalo, años 57, que se armó con una publicación que no debió gustar a las monjitas del colegio. Recogieron los ejemplares que las niñas habían comprado quemándolos una mañana  en el jardín cerca de la gruta de la virgen. He preguntado por este hecho y nadie se acuerda. Tal vez sea imaginación mía.

Visitaba kioscos alejados del centro donde siempre se podía encontrar algún ejemplar atrasado de “Hazañas bélicas”, “Roberto Alcázar y Pedrín”, “Capitán Trueno”… si me acompañaban mis hermanas compraban “Florita”. No compartíamos la lectura de los tebeos. Los Bazokas si.

Plaza de Ourense. Año: 1930. Fuente: A.R.G.
Plaza de Santa Catalina. Años 60?
Frente al Obelisco. Años: 60
Plaza de Pontevedra
Año: 1905. Mercado de San Agustín
Jardines del relleno, delante de la Terraza
Foto: Blanco
Avda. de Finisterre frente a la Plaza de toros.
Calle San Roque
Entre hotel Atlántico y Kiosco Alfonso. Año: 1965
Atlantic Hotel. Año: 1923. Foto: Buch
Durán Loriga
Plaza de Santa Catalina
Juana de Vega
San Andrés
Juana de Vega. Año: 1925. Fuente: A.R.G.
Avda. de Linares Rivas. Años: 20
Enfrente del Rosalía. Foto: Xose Castro
Plaza de Ourense. Foto: Ramiro Martínez-Anido
Para los tickes de las casetas
Cantones. Obelisco

Buzos en el puerto

«Pie de foto” imagen acompañada de pequeño texto sobre un recuerdo, proyecto; sugerencia o provocación
1957. Foto: Alberto Martí

Las tardes de los jueves, descansando de las monótonas clases, vivía acompañado de mi padre unas alegres e instructivas experiencias en el puerto.

Había una gran draga que profundizaba el calado  y una barca donde trabajaban los buzos. Son recuerdos mezclados, borrosos. Adobados con las películas vistas después como “El arrecife de la muerte” donde una familia griega se enfrenta a una inglesa en aguas de México por el control de la recogida de esponjas. No faltaba nada, lucha con el pulpo gigante, tortugas, corte del tubo de suministro de aire, amores entre dos jóvenes de las familias enfrentadas…

Pasaba en el muelle mucho rato esperando su salida del agua. Emergía la escafandra poco a poco, lenta subida por una escalerilla, detención junto a la borda, desenroscar  la escafandra e inmediatamente se le pasaba al buzo un pitillo. Fumaban porque según decían era una forma de comprobar que la descompresión estaba bien hecha,  si sentían hormigueo en el cuerpo volvían al agua un rato para completar la descompresión.

Transcurrido un tiempo, otra vez a sumergirse. Siempre con boina para protegerse de la fría válvula que accionaban con la cabeza.

Pesadas botas, cinturón del que colgaban herramientas y la linterna para descubrir el fondo. No faltaba detalle para avivar mi curiosidad sin olvidar el tubo que le unía a la vida que no podía fallar y la cuerda que con distintos tirones se comunicaba con la barca desde las profundidades.

Poco a poco pesadamente iba desplazándose hacia la escalerilla bajándola hasta desaparecer la escafandra en las aguas del puerto.

En la cubierta un compañero del buzo empezaba a dar vueltas a una gran manivela que mandaba el oxígeno.

Todo un ritual que avivaba mi imaginación encaminándome a profundidades por descubrir.

FELIZ NAVIDAD, SEÑOR GUARDIA

«Pie de foto” imagen acompañada de pequeño texto sobre un recuerdo, proyecto; sugerencia o provocación

Auténtica imagen de tiempos pasados. La foto es en la Plaza de Ourense, años sesenta,  aunque se repetía en todas las plazoletas donde un guardia municipal ordenaba el tráfico. Durante los días previos a la Navidad comerciantes, distribuidores y particulares iban depositando los regalos alrededor del guardia. Al final de la jornada una furgoneta del ayuntamiento iba recogiendo los regalos para dejar sitio a los nuevos y variados artículos navideños del día siguiente.

A nadie se le ocurría pensar que fuese un tráfico de influencias. Era sencillamente un cariño de Navidad, igualmente que se hacía con el cartero, sereno, barrendero… eso no quiere decir que a algún repartidor si se le ponía una multa, pudiera pensar ¡el regalo de Navidad te lo va a hacer tu madre!

El si bebes no conduzcas no estaba todavía en el Código de Circulación. Eso está claro.

TRIUNFO SOBRE EL BENFICA. AÑO: 1962

Veloso, Rifé y Padrón dando la vuelta con el trofeo. Foto: Blanco

Septiembre de 1962 el Depor se proclama campeón del Teresa Herrera ante el Benfica que acababa de conseguir, venciendo al Real Madrid, el título de Campeón de Europa.

¡Qué ilusión! y eso que ya no teníamos a Amancio. Al final de la temporada volvimos a segunda. Pero la alegría de haber vencido a los de Eusebio duró tiempo.

Miche
Rifé
Domínguez
Antonio Ruiz
Aurre
Loureda
Escolá
Veloso
Jaime Blanco
Oscar Montavo

LA ESCARLATINA

Villa Bruselas, Linares Rivas. Años: 50. Foto: Martí.

Mis dos hermanas confinadas en su habitación a causa de la escarlatina, enfermedad de simpático nombre, pero contagiosa, les obligaba al aislamiento. Desde la puerta me despedía en mi salida a los jardines con una perversa sonrisa. “¡Pasadlo bien!”

En el encierro con ayuda de las muñecas: “Rosa María y Cayetana” iban pasando el tiempo. Debía ser mucho el aburrimiento cuando una de ellas amenazó con romper una pierna a su muñeca. “¡No te atreves!”, “¡Sí!”, “¡No!”. Pierna rota.

La de pierna descoyuntada fue “Rosa María” era muñeca de pelo castaño, fea como todas.

 Una vez repuestas de su enfermedad nos encaminamos a la clínica de muñecas en Linares Rivas.  Lugar siniestro, de  enigmático nombre “Villa Bruselas”. Se encargaban de solucionar los desperfectos de las muñecas. Atendía a la clientela una señora mayor, despeinada, con más que arrugas en su cara. El no haber leído aún las Brujas de Roald Dahl y la ausencia de guantes en sus manos hacía que no saliera corriendo de aquel lugar.

El anaquel con las muñecas, las cajas donde se amontonaban cabezas separadas de tronco, piernas y brazos independientes apilándose sobre el mostrador traían a la memoria la visita hecha a un santuario mariano con la exposición de los exvotos.

Las muñecas no me gustaban, me producían intranquilidad. Sobresalía la Cayetana, nombre en honor a la duquesa de Alba, con sus ojos abriéndose y cerrando, movimiento de pestañas, andares articulados al mover el tronco, uñas pintadas… no le faltaba nada.

Mi hermana mayor tenía la “Negrita”. Turbante rojo y blanco, simpática. Mi hermana iba a un colegio de monjas, tal vez por influencia de las misiones se empeño que quería una negrita de muñeca.

En aquellos años en Coruña no había ningún negro. El último había sido el “negro de las corbatas” vendedor ambulante por los Cantones y el conocido como “negro de la refinería” aún no había llegado a la ciudad. Lo más parecido era las huchas de las  misiones con raja en la cabeza. Así que cuando mi hermana paseaba con el cochecito y la negrita dentro era bastante novedad.

El mundo de la muñeca se tomaba en mi casa bastante en serio. El día de Reyes se celebraba por la tarde el bautizo para las recién llegadas. Mis indios y vaqueros no tenían categoría para la cristianización, tocándome hacer de cura me metían dentro de un vestido negro de mi abuela  con sombrero también negro para hacer la función de teja.

En cierta ocasión cuando estábamos en plena celebración del bautismo llamaron a la puerta. Era un auténtico cura, con sotana, teja y coronilla, que venía de visita. Nuestra madre con buen criterio mandó que guardásemos todo liberándome del vestido negro de la abuela. “¡No vaya ser que le parezca mal!”

Lo peor era cuando mis hermanas querían jugar a las visitas. Preparaban a las muñecas, ordenaban la cocinita… y a mí me volvían a travestir con vestido rojo de mi tía y un sombrerito con plumas que mi madre había llevado a una boda muy fina.

La verdad, aceptaba el vestidito, las plumas y el sombrerito pero lo insufrible era aguantar a mis hermanas en la representación hablando de que si los hijos comían, tenían fiebre o si el marido se iba de viaje. Siempre me prometían jugar después a lo mío: futbolín, fuerte, indios y vaqueros.

Al final de la tarde no pude más. Con el vestido rojo remangado,  el sombrerito ladeado y flores aplastadas grité: “¡yo quiero jugar con mis indios!” “¡Me voy!”

EL ÁGUILA DE OVIEDO

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Águila de Oviedo. Escalando la iglesia de los jesuitas. . Año: 1960. Foto: Artús.

Delante de la fachada de la desaparecida iglesia de los Jesuitas acudí con mis hermanas y tía a  presenciar la escalada a lo alto de la torre de un intrépido hombre que tenía por afición, era pintor, la de escalar catedrales y edificios con cúpulas en lo alto.

Llegaba a Coruña con la fama de haber escalado las catedrales de Burgos, León y unos días antes, la de Santiago.

Lo recuerdo pequeñito, enjuto, todo fibra. Desde el suelo ayudándose al principio con una cuerda para auparse a la pared del templo fue con sus manos pegadas a los salientes e impulsándose con los pies en cualquier resquicio escalando metro a metro.

El público expectante, hasta el tranvía se detuvo asomándose  Juanito intentando distinguir detrás de los gruesos cristales de sus gafas la hazaña del asturiano.

Dice alguna leyenda que el padre Gil muy de mañana encomendó a la Virgen unas plegarias para la protección del cuerpo del esforzado “hombre mosca” y la conservación del templo. Me cabe la duda que  las plegarias tal vez  no fueron atendidas y el deterioro que sufrió años después la torre de la iglesia no fue debido a la utilización de arena de playa en su construcción sino por al desgaste del paso del escalatorres.

Aquel acontecimiento fue el detonante de todo lo que fui disfrutando con Spiderman, o la famosa película “El hombre mosca” protagonizada por Harold Lloyd en el que aparece colgado de las manecillas del  reloj sobre el tráfico de la calle, sin olvidar al mítico King Kong escalando Las Torres Gemelas o el Empire State según la versión.

King Kong termina abatido por los aviones en el asfalto mientras uno de los protagonistas dice “no han sido los aviones fue la bella la que mató a la bestia”.

El final de la escalada en Juana de Vega terminó de forma más prosaica, El Águila de Oviedo saludando desde lo alto de la torre y una mujer entre el público con una cesta pidiendo la colaboración por el espectáculo. ¡Qué prisa le entró a alguno!

Al día siguiente actuación en la Plaza de María Pita, tocaba escalar el Ayuntamiento. Allí estuve.

¡DALE LA MANO!

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Estadio de Riazor, grada infantil. Años: principios de los 60. Fuente: Libro de Oro del Deportivo.

Da la mano con la que te has hecho el nudo de la corbata esta mañana ante la luna del armario ropero, con la que te has ajustado las solapas de la chaqueta antes de salir de casa para ir a tomar las tazas, con la que has cogido el palillo para pinchar el pulpo encebollado del Evangelista en la calle Alameda, con la que te has agarrado a los topes del tranvía cogiéndolo en marcha en la Plaza de Pontevedra, con la que abrazarás por la cintura y acariciarás a tu chica en el baile del Seijal después del partido…

Solo es un pequeño impulso ¡confía! y estarás dentro. Rápido, en el campo ya calientan: Loureda, Veloso, Montalvo…

Mañana las manos las utilizarás para apretar unas tuercas, mover cajas o papeles; para eso falta mucho. Hoy es domingo, uno no se sube a un árbol con traje y corbata para no completar la faena del salto final. Suelta las manos del desmochado árbol, coge la mano tendida del amigo o ¿prefieres ser abatido por el porrazo del gris que se acerca con barbuquejo bajado y porra en mano?

CONFESIÓN DE SÁBADO

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Estación Marítima de A Coruña. Manuel Ferrol

El recogimiento de la foto de Manuel Ferrol me trae el recuerdo de las lejanas tardes de los sábados en que parte de la jornada la dedicábamos a la confesión. Eran los comienzos de los sesenta y en el colegio donde estudiaba había clase hasta los sábados por la tarde.

Después de un examen de conciencia en clase nos dirigíamos en fila silenciosa a la capilla donde tres o cuatro confesionarios desplegables nos esperaban para recibir nuestro sincero arrepentimiento. Uno de los confesores siempre tenía aguardando más clientela, era un poco sordo. Había otro en que la concurrencia era escasa, preguntaba mucho enredando en profundidades que no nos gustaban, siempre que podíamos lo evitábamos lo que a veces no era posible. El hermano solía equilibrar los grupos con un «pasé ahí delante». No había libertad de escoger.

Éramos amables con los compañeros ofreciendo a los pardillos pasar primero. “Tu primero”, “no, pasa” dilatábamos el momento para alargar el regreso al aula.

“Ave  María Purísima”, “hace quince días que no me confieso”. “Me arrepiento de:  decir alguna mentira, llegar un día tarde a misa, distraerme en el rezo del rosario soplando en el cogote al compañero, comer una loncha de chorizo el viernes, tirar dos veces de las trenzas a mi hermana y a la otra darle una patada en la espinilla, decir palabrotas… «¿blasfemias?» «Nooo» «Solo: mierda, coño… » «Calle, calle, no en necesaria tanta explicación». «No hay más padre»

“¿Y, malos pensamientos?” “No” era el segundo día que me lo preguntaba, ¿intuiría algo? Pero no, no podía reconocer que en alguna ocasión me imaginaba quemando el colegio o que una vez había querido disparar con una escopeta de aire comprimido sobre el babero blanco de un hermano.

“¿Actos impuros?” “¿A solas?” “¿Con otros?” ¡Ni, idea! ¿Tendría que ver algo cuando pensaba en Marisol, cuando envidiaba la foto que de ella tenía un compañero? Era una foto dedicada que se la había dado en el hotel Embajador cuando vino a Coruña. Aquella preciosa niña de ojos azules, vivos, chispeantes y trenzas rubias, que cantaba, bailaba, se subía a los árboles… “No, padre”

«Arrepiéntete y no vuelvas a pecar», » un credo y dos ave marías», «arrodíllate para recibir la absolución»

Después de correr un poco por pasillos y patio regresábamos a clase con la disculpa que había muchos de otro curso que se habían puesto delante. Ya tenía materia para la próxima confesión.

El hermano nos mandó completar la tarjeta de Ofrendas donde íbamos apuntando los rosarios, comuniones, jaculatorias, sacrificios… y añadí atolondradamente “actos impuros” pensando en Marisol con varias cruces. Hice el recuento y la deposité en el recipiente  junto con las de mis compañeros.

El hermano lo puso a los pies del altarcillo de la Virgen que presidía el aula con sus rosas y claveles que habíamos llevado durante la semana. Echó un poco de incienso  prendiendo fuego. 

El olor, poco a poco inundó toda la estancia mientras el humo subía hacia el altarcillo de la Virgen junto con el recuerdo de Marisol y los cánticos de «Con flores a María que madre nuestra es»

Mañana sería domingo y después de la misa en el colegio, por la tarde tocaba partido del Deportivo en Riazor.

EL PODER CAIDO

Cruce Cantones con Santa Catalina. Año: 1964. Foto: Blanco

La ciudad se complicaba, los coches en aumento empezaban a adueñarse poco a poco de las calles. Los semáforos aún no habían llegado y el Ayuntamiento decide dar categoría a los guardias de la circulación elevándolos en una especie de púlpito civil para que desde las alturas con sus pitidos largos, cortos, continuos… y movimientos malabares dar salida y agilidad al tráfico.

Era un espectáculo ver desde el suelo su continuo movimiento, su poder. En nuestros juegos de niños cuantas veces los imitábamos y más de uno quería ser de mayor guardia de tráfico.

En la vida a veces el poder es empujado por el destino, y lo más alto puede caer.

Pobre guardia, tener que volver al pie de calle a mezclarse con los humildes mortales hasta que se reponga el orden debido.

LA GOTA

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Puerto. Año: 1950. Foto: Lamela

Buenas noticias nos trae la prensa estos días con la próxima apertura del Puerto a los paseos de los ciudadanos. Muchos son los años que por cuestiones de seguridad ha estado vedado el pasear por él. No sé cuando se concretará pero me adelanto con una recomendación a los paseantes  que me hacían a mí de niño cuando deambulaba por los muelles entre torres de madera, bidones de aceite y montañas de carbón. ¡Cuidado con las grúas!

La preciosa foto de Lamela nos muestra el peligro.  No es que pudiera caer parte de la carga sobre nuestras cabezas, no. El peligro era que cayera una gotita de aceite de sus engranajes al pasar por debajo, solo una por pequeña que fuese era capaz de destruir una camisa. Eran gotas consistentes, resistían a lavados a frotamientos, a quitamanchas y a mejunjes caseros. Si tenías la mala suerte que la gotita aterrizara en tu camisa, la camisa estaba perdida o condenada a mostrar la muesca del descuido.

No creo que la seguridad de las autoridades prohibiera el paseo por el Puerto para conservar la limpieza de nuestras camisas. Cuando lo abran,  en el primer paseo que haga miraré de cerca y a lo lejos buscando grúas que puedan soltar esa gotita capaz de destrozar una camisa. No vaya a ser que alguno reclame a la Autoridad Portuaria y nos vuelvan a cerrar los muelles.