FUI YO

DSCN1868.JPG

Las divertidas y emocionantes aventuras que se correrían durante el verano había que currárselas los primeros días de agosto. La obtención de un buen tirabeque era lo que uno tenía que agenciarse con prontitud para entrar en la pandilla. La manera de conseguirlo era hacerlo, no se vendían en las jugueterías. Así que desde el primer día se ponía uno a la faena.

Encontrar la rama adecuada de un árbol para fabricar la horquilla era el primer paso. Requería buena vista, la elección no era fácil, no toda rama servía. Calcular la separación, el grosor,  todo tenía que guardar una proporción y equilibrio para que el resultado fuera adecuado a la función. Una buena horquilla era importante para conseguir puntería.

Elegida la rama había que cortarla con la navaja. Hacer las hendiduras donde se alojarían las gomas, llevaba su tiempo. Las gomas se obtenían haciendo tiras una cámara de bicicleta mil veces parcheada que así daba un último servicio. La badana donde se alojaría la piedra de la lengua de una vieja bota. Era un trabajo de búsqueda, de cálculo, de elección, la tarea requería concentración, dedicación minuciosa.

La pandilla recorría el pueblo buscando un punto donde proyectar las piedras siempre pequeñas: una lata tirada en la calle, una teja vieja caída de un tejado, las campanas de la iglesia, la ventana de una casa deshabitada que se ponía por el medio, algún gato despistado y a veces íbamos a los pájaros. Éramos muy malvados.

Armábamos con frecuencia torres formadas por botes, botijos viejos rajados a los que atinábamos alejándonos cada vez más. Dedicábamos parte de las tardes, era divertido.

Cerca de la casa de mi abuela había un viejo patio con una ventana protegida por una tela metálica, muy tupida, a la que era difícil atravesar por los diminutos agujeritos y las piedras pequeñas que pasaban, llegaban sin fuerza para conseguir  la misión pretendida. La ventana me llamaba siempre que pasaba a su lado, me atraía provocadoramente con su seguridad desafiante. Un día encontré un clavo gordo adecuado para mis intenciones, lo guardé y de regreso a casa, en soledad, intenté atravesar la malla. ¡A la primera!

Te acercaste a nosotros, me clavaste la mirada diciendo muy serio: “El cristal del patio lo habéis roto con los tirabeques, os voy a arrancar las orejas”. “No, nosotros solo tiramos a los botes y a algún pájaro”. “¡Buenos pájaros sois, a correr, no os quiero ver!

¿Por qué al hablar me mirabas a mí? ¿Qué intuías en mi cara, en mi mirada avergonzada? Yo era bueno, era un niño de ciudad educado, incapaz de hacer aquello.

¡Qué bien nos llevamos después! En tu bar bebíamos sidra, comíamos cacahuetes, jugábamos a las cartas, al futbolín, nos arreglabas los pinchazos de las ruedas de las bicicletas. Siempre atento, tuve confianza contigo, pero nunca te lo dije. Ya no le daba importancia. No recordaba el escalofrío que recorrió todo mi cuerpo cuando te acercaste aquel día al grupo.

Hoy viendo esta ventana con su cristal roto pienso en la de pequeñas historias que hay pegadas a las piedras, a las puertas lamidas por la nieve, a las viejas ventanas desvencijadas por el viento, a los caminos con sus surcos hechos de lluvia. Nos hablan continuamente, trayéndonos en murmullo los recuerdos.

 

tirachinas

DE DON TRIQUI A PABLO GALLO

AVENIDA PABLO
PABLO GALLO

El cuadro de Pablo Gallo me trasmite inquietud. La desolación en una ciudad desierta donde permanecen los objetos rodeados de una luz apagada, desvanecida. Queda el recuerdo de un tiempo pasado mostrándose en completa soledad, que nos trae unos días de bullicio, alegría y luz.

¿Qué ha pasado? ¿Qué catástrofe ha llenado todo de silencio?, ¿Qué entrada profunda a la oscuridad permanece provocadoramente ante nuestra mirada?

Hoy cuando por intereses que desconozco y después de pasar por dos propietarios: Amancio Ortega y Abanca; y varios cambios de calificación, el edificio permanece oculto a los ciudadanos en un insulto permanente, he recuperado el cuadro del pintor coruñés como un pequeño homenaje al entrañable cine.

 

ipad 249

El cine Avenida, obra de Rafael González Villar, se inaugura en 1941, sustituyendo al Teatro Linares Rivas de Leoncio Bescansa, construido en 1920.

El Linares Rivas era un edificio modernista, el arquitecto también construyó las Escuelas Labaca de Juan Flórez, con mucha filigrana y bonitas máscaras en la fachada. Tenía capacidad para cerca de 1200 espectadores y contaba como dato curioso con palcos de luto cerrados con cortinajes. Se dedicó a cine, teatro, zarzuelas y variedades.

 Se derribó en 1937 levantándose en su solar el edificio del Avenida con sala de cine y pisos para viviendas y oficinas. ¡Qué cosas pasaban! ¡Duró en pie diecisiete años!

El Avenida no fue solo un cine, donde el comienzo de la proyección te llenaba de intriga. Al mismo tiempo que el telón poco a poco iba dejando visible la pantalla la luz de la sala empezaba a disminuir en intensidad hasta dejarla en completa oscuridad. ¡Qué emoción! Era además lugar de juego de niños corriendo a derecha e izquierda por su vestíbulo, lugar de quedada de muchas generaciones, de angustia ¿vendrá o me dará plantón?. Las carteleras repasadas veces y veces: a derecha la peli que estaban proyectando, a izquierda la próxima para ir creando expectación. La heladería de la entrada que competía con la Ibense sin lograr superarla.

Mi recuerdo más lejano me lleva a la librería Avenida que estaba al fondo a la izquierda, donde me compraban mis primeros tebeos. Don Triqui: rectangular, pequeño,  en blanco y negro salvo la portada que era a color. Lo sustituí por TBO de La familia Ulises, Las hermanas Gilda y los inolvidables inventos del Profesor Franz de Copenhage.

Al pasear por el Cantón y ver el telón que cubre el edificio se me ha avivado el recuerdo de los queridos tebeos y del extraordinario y provocador cuadro de Gallo. Mil gracias a los dos.

43985416

.

EL PARROTE: LA CASA GÓTICA

Foto: Cancelo. Año: 1930
Año: 1928. Foto: Ferrer.
Año: 1924. Foto: Anderson

El paseo por el Parrote ha sido siempre de un caminar tranquilo, sosegado. La zona en los último años ha cambiado mucho. Hoy da la apariencia de estar más abierto al mar, a la luz. La realidad es que el mar está más alejado, se ha transformado en una espléndida postal, en un espacio  diáfano que albergará instalaciones hoteleras.

Lejos queda la playa que fue sepultada por La Solana o el varadero que había al comienzo donde hacían pequeñas reparaciones de barcos. Las tardes de los jueves, en mi niñez, acercarse a esta zona era un descubrimiento de todo tipo de sensaciones: el sonido de las sierras, el olor de la brea y las pinturas, la sal en los labios que traía la brisa, la visión de las barcas que se dedicaban a la almeja, llenaba todo y lo hacía característico. Hasta los cañones en el sitio donde están hoy, pero más cerca del mar, daban la sensación de estar preparados para la defensa de un ataque enemigo. Presidiendo todo el Castillo de San Antón, unido a tierra ya por un pequeño pasillo que era el final del paseo.

Mientras paseaba, mi padre me contaba que había habido un lavadero pegado a la muralla o que el hotel Finisterre  se había construido sobre una cárcel, que Carlos V había salido por una puerta que allí estaba, que un inglés estaba enterrado en el jardín de San Carlos, que el Castillo había sido prisión. Casi siempre nos encontrábamos con Luis, un amigo de mi padre que era torrero de la Torre de Hércules, que añadía emocionantes historias de sus vigías en noches de tempestad. Todo era una lección en aquellas tardes sin clase. ¡Cuánto se aprendía fuera de las aulas!

De lo que no recuerdo haber oído es del edificio de la fotografía que encabeza esta entrada. Su descubrimiento me ha emocionado, mil gracias a Cancelo y Blanco.

La Casa Gótica estaba situada haciendo esquina entre el Paseo de la Dársena y la calle del Parrote. Era el último edificio civil de la edad media que quedaba en la ciudad, derribado en 1936. Se construyó a finales del siglo XV, pertenecía a los condes de Maceda y tuvo varios usos. Desde residencia a asilo de las Hermanitas de la Caridad. El Ayuntamiento de la ciudad en principio, quería rehabilitarlo para dedicarlo a Museo de Bellas Artes, pero fue incapaz de adquirirlo. En las fotos podemos ver que el estado era un poco de abandono: ventanas cegadas, puertas tapiadas. Pedían una restauración. Su derribo fue uno de los mayores atentados urbanísticos de la ciudad. Dejo más abajo fotografía del edificio actual. Cuando pasemos delante, recemos por el alma de los responsables.

abril 2016 049