UNA OPORTUNIDAD

Plaza de toros de A Coruña. Año: 1966. Foto: Blanco.

Nos acercamos al salir de clase a la vieja plaza de toros, al enterarnos por la prensa  que habían acampado el día anterior delante de una de sus puertas dos maletillas  con su hatillo, muleta y capote pidiendo  una oportunidad.

Su presencia en estas tierras era insólita, la vieja plaza solo se abría para espectáculos taurinos en contadas ocasiones y siempre en verano.

 Compartimos con ellos animada charla y unos bocadillos  de queso y chorizo comprados en la cercana Casa Marcelino.  Contaban de fugas de casa, capeas, tentaderos,  incursiones en dehesas perseguidos por los guardianes.  Todo un lujo de anécdotas, de aventuras, de ilusiones, de capotazos  entre la luna y el sol. Desprendían la esperanza, la fe de que un día la oportunidad les abriese el camino a la fama y al dinero.

Durante la charla apareció la chiquillería,  que nos fueron rodeando, entre ellos un amigo de mi padre que acercándose me dijo al oído “¡no me digas que quieres ser torero!”, “¡cuándo se lo cuente a tu padre!”

Los dos maletillas fueron animándose. Ante la insistencia del personal echaron mano del capote y muleta dándonos  un nutrido festival de chicuelinas, verónicas, pases de pecho, manoletinas… que acabó con una gran ovación ¡solo faltó la oreja!

Se sumó al espectáculo un muchacho que presenciaba la faena, pidiendo  también su oportunidad.  Agarró muleta, puso figura irguiendo cabeza y, ejerciendo de toro un amigo nos dio otro recital del arte de cúchares. Los aplausos y vítores debieron de llegara a Juan Flórez.

Su imagen me quedó grabada, es el día de hoy que a veces lo reconozco paseando por la ciudad. Sigue tieso, esbelto, delgado como un torero. Nunca me he atrevido a preguntarle si recordaba la gloria de aquella tarde.

CALLE PANADERAS: PANES, LIBROS Y REZOS

La calle que comunica Orzán y Cordonería  con el Campo de la Leña y Atochas pasó por varios nombres: San Sebastián, María Pita, Santiago Casares Quiroga hasta quedar definitivamente con el de Panaderas, que es como se conoció popularmente siempre. Fue calle de hornos y tahonas,  dicen las crónicas que llegó a haber hasta doce establecimientos en la zona encargados de la fabricación y venta de pan.

Corría el año 1779 cuando José Ramos comerciante coruñés afincado en Cádiz decide construir una casa en esta calle, encargando  la obra a Pedro Martín Cermeño y García de Paredes. Nunca llega a habitarla y poco después, cuando se establece el Real Consulado de Mar y Tierra para comercializar con las Indias occidentales y Filipinas,  la alquila para sede de la institución. Desde entonces y hasta ahora se conoce el edificio como El Consulado aunque éste desapareció como tal en 1796 con motivo de las guerras con Inglaterra.

En 1806 se inaugura, en este edificio,  impulsada por Pedro Antonio Sánchez Vaamonde la primera biblioteca pública de la ciudad que continúa abierta y acoge libros de los legados de Juana de Vega y José Cornide.

Casi al lado del Consulado se empieza a construir en 1680 sobre el terreno de la ermita de Nuestra Señora de las Maravillas una nueva construcción de Francisco de las Casas y Novoa para acoger a las Hermanas Clarisas Capuchinas,  comunidad religiosa femenina  venida de Madrid.

Mucho tuvo que luchar esta comunidad, que venían del convento de la Purísima Concepción, para llegar a buen término su idea fundacional, hasta litigios con la Compañía de Jesús por cuestiones de terrenos y propiedades.

En 1982 con motivo de la construcción del Museo Provincial de Bellas Artes abandonan las monjas sus instalaciones yéndose a Santa Cruz en Oleiros.

Desde la calle podemos disfrutar la iglesia con la fachada barroca de Casas y Novoa.

La iglesia de las Capuchinas  se hace más conocida en 1966 cuando, mí querido profesor y amigo,  Manuel Espiña  comienza a utilizar el gallego en su misa y homilía dominical.  Es acogida esta decisión de forma muy positiva,  sus misas están llenas por lo que dice y como lo dice. No todos están de acuerdo, los poderes de aquel régimen lo persiguen multándolo con frecuencia.  

El que fue presidente del consejo de ministros con Azaña, Santiago Casares Quiroga,  tuvo su residencia en el número 12 de esta calle, ahí  nació María, una de sus hijas, que marchó al exilio con catorce años triunfando como gran actriz en Francia. La casa, después del golpe de estado, fue confiscada y parte de su importante biblioteca quemada juntamente con la del Círculo de Artesanos por los falangistas delante del Náutico en el puerto coruñés.

Hoy el número 12 de Panaderas alberga el museo dedicado a la figura de Santiago Casares Quiroga. Interesante visita a realizar, me impresionó ver la biblioteca vacía de libros.

El paseo por la calle  es entrañable, aunque los edificios han ido cambiando se ha conservado y modificado con respeto.  Se mantienen  formas que la hacen una de las calles queridas que identifican a una ciudad destacando edificios de Pedro Mariño, Juan Ciórraga, Galán y Carvajal y Antonio Tenreiro.

Muy recomendable un paseo.

Año: 1910. Fuente: A.R.G.
Año: 1900. Fuente: A.R.G.
Año: 1930
EN LA ACTUALIDAD
Panaderas 12. Casa Museo Santiago Casares Quiroga
Panaderas 12.
Panaderas 4. de Pedro Mariño 1929
Panaderas 7. De Juan de Ciórraga 1916
Panaderas 27. De Juan de Ciórraga 1893
Panaderas 13. de Galán y Carvajal 1908
Pedro Antonio Sánchez Vaamonde
Manuel Espiña por Siro
Santiago Casares Quiroga jarra de Sargadelos
Vendiendo pan en el lateral de la iglesia de San Jorge. Principios del siglo pasado

OÑA: ¿LOCOS O CUERDOS?

Pie de foto” imagen acompañada de pequeño texto sobre un recuerdo, proyecto; sugerencia o provocación
Antiguo Hospital psiquiátrico de Oña. Parte de la obra de «El jardín Secreto» de Isacio de la Fuente. Foto: A.R.

Paseando por los espléndidos jardines del monasterio de San Salvador de Oña veo de lejos, pintados sobre el muro del viejo siquiátrico y hospicio de la zona,  encima de un portalón estas dos palabras “CUERDOS”  “LOCOS”.

 Me acerco, entre sorprendido y angustiado.  Empiezo a dudar, no es posible, cierta desazón recorre mi cuerpo.

Camino hacia  el portalón, qué hacer cuando llegue a él. Qué puerta atravesar, por cuál entrar.

A dónde llevarán una u otra puerta. La imaginación, los pensamientos se empujan. ¿Y la salida? ¿También estarán pintadas las dos palabras sobre la puerta marcando la libertad? O una frase diciendo: ¡Fuera está el mundo!

Delante del portalón he decidido empujar una de ellas y asomarme discretamente… ver, oler, agudizar el oído… o cambiar a la otra… Puedo elegir: ¡Yo soy cuerdo!

Levanto la cabeza, allí siguen las dos palabras: “CUERDOS”  “LOCOS”. Doy un paso. Acerco una mano a la puerta, voy a empujar.

No hay puerta, ¡solo un muro pintado!

¿Cuerdo? Me dirijo a las piscinas de la piscifactoría del monasterio donde infinidad de truchas nadan dando vueltas y vueltas.

PD. Mi madre, castellana, cuando hacía trastadas con poco sentido me decía: “¡vas a acabar en Oña!”.