La ciudad se complicaba, los coches en aumento empezaban a adueñarse poco a poco de las calles. Los semáforos aún no habían llegado y el Ayuntamiento decide dar categoría a los guardias de la circulación elevándolos en una especie de púlpito civil para que desde las alturas con sus pitidos largos, cortos, continuos… y movimientos malabares dar salida y agilidad al tráfico.
Era un espectáculo ver desde el suelo su continuo movimiento, su poder. En nuestros juegos de niños cuantas veces los imitábamos y más de uno quería ser de mayor guardia de tráfico.
En la vida a veces el poder es empujado por el destino, y lo más alto puede caer.
Pobre guardia, tener que volver al pie de calle a mezclarse con los humildes mortales hasta que se reponga el orden debido.