Niños en la ciudad

Entrañables imágenes de niños en la ciudad del siglo pasado. Juego, pesca, marisqueo, paseo y confidencias en busca de aventuras por calles, playa o puerto. Hasta descanso en la bella foto de Pillado en los viejos Arcos de Riazor.
Todos niños, las niñas como en las novelas de aventuras se quedaban a la entrada de la cueva. El vagabundeo estaba vetado para ellas, eran señoritas y no podían andar en completa libertad por la ciudad.

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Aventuras en el Puerto. Años: 50. Foto: Lamela
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Pescando en el Puerto. Foto: Francisco Pillado
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Parrote. Foto: Pedro Ferrer
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Jardines del Relleno. Años: 30-35. Fuente: A.R.G.
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Calle Tinajas. Año: 1965. Foto: Alberto Martí
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Alfonso Molina. Foto: Matí
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Arcos de Riazor. Foto: Francisco Pillado
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Riazor. Años: 30. Fuente: A.R.G.

Mis calles de juego y descubrimiento estaban en el entorno del Palacio de Justicia, Arzobispo Lago, Rosalía de Castro, Compostela… La Plaza de Galicia con sus dos fuentes en el centro y los jardincillos con tres o cuatro bancos que servían de porterías para jugar un todos contra todos. Seguíamos con otros tiros, en Rosalía de Castro, contra el portalón de la cochera de Castromil hoy convertida en Pan de Lino. Interrumpíamos el juego cuando llegaba el ómnibus a última hora de la tarde para maravillarnos con la habilidad que tenían los chóferes para meterlo marcha atrás en el garaje. Pasaba a veces de vuelta a su casa Don Enrique, afable y simpático, gerente de los trolebuses de Coruña- Carballo y abuelo de la cantante Marta Sánchez, que siempre tenía alguna broma, atreviéndose a dar unos pases y rematar contra el portalón.
La pasión desenfrenada del amigo Lago chutando contra el ventanal de unas oficinas, creo que de Abastos, que aún estando protegido con reja hizo trizas un cristal nos trajo la inquietud. Al estruendo causado salió el portero, con el que nos llevábamos muy bien, dijo que lo sentía pero tenía que avisar de nuestro estropicio. Al día siguiente a la salida del colegio nos presentamos en las oficinas. Después de una interminable espera pasamos a un despacho donde nos recibió un hombre pequeñito, calvo y de diminuto bigote: “así que sois los rompecristales ¡vaya granujas!”. Se levantó del sillón y dándonos unas palmadas cariñosas en la espalda se despidió diciendo: “¡quién sería el portero!” “¡A correr!”
Caza mayor era la espera a la puerta del Hotel Marineda. Se alojaban los equipos que jugaban con el Deportivo, allí esperábamos para los autógrafos. Salían los jugadores, paseaban por la calle a espera de la cena. Algunos se enrollaban bien.
La calle Compostela con la “Expendeduría de Carne de Caballo” en la esquina Picavia, donde hoy está Uterqüe, siempre estaba vacía. Nos atraía, contemplándola con curiosidad, ninguno de nosotros había probado aquella carne. Lo que esperábamos con interés eran los resultados de los partidos la tarde de los domingos que ponían en unos tableros con letras blancas en el café Compostelano al lado de donde se cogía el Castromil y enfrente de casa Enrique.
Divertido era la doble entrada del café Asturias que comunicaba la calle Compostela con Sánchez Bregua. Ideal para el juego y el despiste, entrar por una puerta o por la otra facilitaba la huída y ocultación. En medio del café había unos billares, donde parábamos para descansar y poner nerviosos a los que estaban en nuestra búsqueda.
Conocimos todos los portales y escaleras del entorno, estaban abiertos utilizándolos como continuación de la calle. Pocas veces recibimos toques de atención, llevábamos la contención y mesura de fábrica.
Esto fue el comienzo, poco a poco el campo de aventura fue ampliándose y la contención y mesura disminuyendo. Todo hoy confesable, en otra ocasión.

 

Plaza de Galicia. Año: 1936. Foto: Cancelo