La plaza de Vigo era el lugar de juegos en mi infancia a principios de los sesenta y allí enfrente estaba la comisaría de la foto antes de pasar a la Avenida del Puerto. La comisaría era la amenaza para que en nuestros juegos no nos desmandásemos mucho, parecida advertencia caía sobre la pandilla cuando nos emocionábamos en el cine Equitativa con el lanzamiento de cáscaras de pipas, pepitas cheirentas o con alborotos cuando rompía la cinta y el acomodador, Sr. Chousa, no daba controlada a la parroquia.
La fotografía de la vieja comisaría aviva los recuerdos de los sucesos de comienzos de los sesenta en la ciudad. Me gustaba hojear la prensa. Los sucesos truculentos y las crónicas deportivas me llamaban la atención, que junto con las narraciones de la Historia Sagrada que leíamos en el colegio, fueron acercándome a la lectura. Aquellos hechos perduran en la memoria avivados por paseos por los lugares donde ocurrieron y en conversaciones sobre la infancia.
El secuestro de Pepito Mendoza coronó mi interés y mi angustia por lo que me podría pasar. Aquel niño que desapareció una tarde cuando jugaba con sus hermanos en los Jardines de Méndez Núñez y fue devuelto en la iglesia de los jesuitas unos días después. La prensa, la radio, las conversaciones de los mayores daban vueltas a lo mismo. Oía que habían vaciado el estanque de los peces, que lo habían visto por Monte Alto. Todo eran conjeturas sobre lo que podría haber sucedido con el pobre niño. Hasta que lo devolvieron un poco rapado, pero sano. La gente se apiñaba en la acera del teatro Colón enfrente de la casa de Pepito. La mujer que lo secuestró lo hizo para justificar la existencia de un niño delante del hombre con el que se quería casar intentando convencerle que era de él. Hace unos años tuve conocimiento por la prensa de la muerte de Pepito Mendoza en Valencia, donde desarrolló su vida como reportero gráfico.
¿Qué sucedió en la esquina de la calle Fonseca con Payo Gómez? Pues la muerte de un gitano que entró a robar en el viejo mercado de la Plaza de Lugo a finales de los cincuenta. Era de madrugada y un guardia municipal disparó por la espalda a un hombre que salía a la carrera y no obedeció la orden de detenerse. Creo recordar que lo robado era un mandil del puesto de una frutera, es el día de hoy que, a veces, al pasar por el lugar recuerdo el trágico suceso.
Había acontecimientos divertidos como aquel del invierno del 60 en que un ballenero perdió un cachalote, quedando varado en el Orzán. Los comentarios y visitas, acompañadas del olor nauseabundo, a la playa durante unos días fueron constantes. Allí nos acercamos la chavalería a contemplar como troceaban el inmenso animal y lo llevaban unos esforzados hombres a cuestas a unos camiones para trasladarlo a la factoría de Caneliñas para convertirlo en harina. Tengo un amigo que con la emoción de tanto trasiego se olvidó de volver a clase en el cercano colegio de los salesianos. Olvidar se olvidó de la clase, pero se acuerda todavía de las consecuencias.
Al espectáculo veraniego que concentraba a la afición, las noches de los sábados, en la plaza de toros para disfrutar con la lucha libre, también llegó la tragedia. Era el verano del sesenta y se enfrentaba Celso Sotelo, ídolo local, contra un luchador valenciano de nombre Ferrando. Después de la pelea, en la pensión, Ferrando se sintió indispuesto, falleciendo aquella madrugada. Años después un querido profesor nos comentaba en clase que él estaba en la misma pensión y que Ferrando ya estaba algo mal por la tarde, que le animaban a que no pelease ese día, pero se empeñó en ir, pues era una revancha. Añadía el profesor que la lucha sería teatro, pero el cuerpo de Ferrando estaba molido.
Termino con la tragedia que unos años después sucedió en el puerto a la altura de la antigua Pebsa donde un marinero de Noia asesinó a un taxista para robarle 800 pesetas. Tiró el cuerpo al mar, apareciendo el cadáver a la altura del Parrote unos días después. «Doume a toulada» comentó en comisaría al preguntarle el porqué.
¡El poder que ha tenido la vieja foto de la comisaría de la plaza de Vigo! Hoy parecidos sucesos casi pasan desapercibidos. Los hechos violentos los asimilamos de distinta forma, son tantos y tanta información que no hacen poso, son sucesos de usar y tirar. Ninguna foto podrá avivar algo que no está en la memoria.