RUHT ANDERSON EN A CORUÑA

Ruht Anderson (1893-1983) fotógrafa americana visita España en varias ocasiones a comienzo de los años 20 del siglo pasado.

Llega por primera vez a Vigo en 1924 y en compañía de su padre recorre Galicia empapándose de sus gentes, pescadores, labriegos… recorre el país, en un viejo Ford, escudriñando lo rural y lo urbano.

En A Coruña se aloja en el Palace Hotel, las fotos subidas son una pequeña muestra del trabajo hecho en nuestra ciudad.

En los Cantones
Lechera preparando el reparto
Lechera
Arreglando la escoba
Vendedor de dulces en los jardines
Vendedores de churros
Vendedor de agua
Ama de cria
Un alto en el trabajo
Vendedoras de castañas en el mercado de San Agustín
Vendedoras de queso en el mercado de San Agustín
Hacia Santa Cruz
Casa Gótica en el Parrote
Espléndido Ford para recorrer Galicia a las puertas del Palace Hotel. Año: 1925
Ruth Anderson

EL MAR Y LAS SOMBRAS

El maestro que prometió el mar

He disfrutado este fin de semana con “El maestro que prometió el mar”

A un pueblo perdido de Burgos llega un maestro con fe en su trabajo, lleva ideas nuevas, rompedoras (Freinet) bajo los proyectos pedagógicos de la segunda República. Acerca a sus alumnos la escritura y lectura con la modesta imprenta que ellos mismos elaboran empezando a producir pequeños textos con los que se retroalimentan en su progreso cultural y vital.

Lo que era tradición, adoctrinamiento se convirtió en ilusión y trabajo corporativo.

El golpe de estado acaba con todo, las envidias, la venganza, el terror se adueñan y destruye lo conseguido.

Añado un texto que escribí hace años, que puede servir, como contrapunto de la película.

Tiempos de sombras

Todo gris

El rojo y gualda de la bandera en su mástil, anclado sobre el destartalado balcón, presidía la entrada de la vieja escuela. Diariamente los chicos esperaban ante la puerta en corrillos la llegada del maestro. Al percibir su presencia iban formando dos filas perfectas. El toque del silbato anunciaba el comienzo del cántico sobre camisas nuevas, bordados en rojo, guardias sobre luceros, impasibles ademanes, banderas al paso de la paz… coreando el himno, desfilaban inclinando la cabeza ante el dintel de la puerta bajo el balcón como signo de respeto a la enseña patria.

En completo silencio los chicos iban acercándose a sus desvencijados pupitres, alineados en tres filas dobles, permaneciendo en pie mirando la negrura de la pizarra. Crucifijo centrado en la descascarillada pared protegido a derecha e izquierda por los retratos de Franco y José Antonio vigilaban el aula. La entrada del maestro era recibida con “buenos días, señor maestro”. Subido a la tarima comenzaba una monótona oración seguida a coro por los alumnos.

Se iniciaba la jornada de caligrafías, dictados, cuentas mil veces repetidas, quebrados y cuadradas; parietales, temporales, etmoides, esfenoides, falanges, falanginas y falangetas; ataúlfos, bambas, recaredos y alaricos; tierrasdecampos, devino, depanybarros, alcarrias, hurdes y batuecas; vascongadas, reinosdeleón, castillasviejasynuevas; covadongas, pelayos y reconquistas, tarifas y guzmanes, escoriales y felipes, carlos, imperios y conquistas; colones, descubrimientos y evangelizaciones, isabeles, judíos, fernandos y moros, boabdiles y lágrimas; brunetes, ebros, y terueles; campeadores, babiecas y tizonas; moscardós y alcázares; adanes, evas, caínes y abeles, sodomas y gomorras … seguido, mezclado en una pobreza y aburrimiento sin fin, sin una brisa fresca, sin tregua ni respiro, sin pensamiento.

Todo vigilado en el continuo paseo silencioso, reptante del maestro entre los pasillos con su mirada seca, su vara amenazadora. A las doce había una tregua, un aire fresco, el maestro después del Ángelus desaparecía por una puerta al fondo del aula que daba a una pequeña estancia donde en un infiernillo preparaba su comida, al rato la clase iba siendo invadida por un nauseabundo olor a repollo, los chicos aprovechaban la tregua para lanzarse pequeñas bolas de papel en silencio, para levantarse, hacer gestos, muecas nerviosas que provocaban risas mudas para no llamar la atención del maestro, para no distraerle, para no provocar su salida evitando su feroz respuesta.

Al ansiado recreo, solo para los escogidos, salían vociferando “Isabel y Fernando el espíritu impera moriremos besando la sagrada bandera” mientras que el resto continuaba repitiendo las mismas tareas en un continuo tedio, con una profunda envidia pegada al corazón, con un odio que iba creciendo encerrados en un mundo sin salida.

El treinta y uno destacaba entre todos los demás en su despiste, su dureza; callado, le costaba acercarse, compartir juegos, correr, saltar, reír, permanecía aislado, solo. Recibía más que nadie los golpes y palmetazos del maestro, había más ensañamiento, más enfermizo placer de recrearse en la humillación, en la tortura. Cierto día después de empujones y golpes, Treinta y uno con un nervioso movimiento metió la mano en el bolsillo y sacó una semicerrada mano que contenía una navaja. El maestro con gesto descompuesto vociferó ¡A la cárcel! ¡Carne de patíbulo! Y agarrándole por los pelos lo sacó a rastras del aula.

Al día siguiente sobre la mesa del maestro apareció un envoltorio con la apariencia de un inmenso jamón en papel de periódico atado con un hilo de bramante. El maestro, terminado el rezó, se percató de la presencia del jamón, “¡qué es esto!”, ante el silencio sepulcral repitió otra vez “¿Quién ha puesto esto aquí?” una voz débil proveniente de Treinta y uno se oyó con claridad “es suyo, mi padre se lo manda”. “¡Llévese eso!” tronó el maestro, Treinta y uno se levantó de su asiento. Mientras se acercaba, el maestro gritó “¡bueno, ya hablaré yo con su padre, déjelo!”, Treinta y uno, sordo al aviso, continúo caminando hacia la mesa del maestro. Mientras se aproximaba, le miraba a los ojos con una sonrisa, en la expresión del maestro apareció una leve intranquilidad. Cuando solo un metro separaba alumno y profesor, Treinta y uno sacó la mano del bolsillo con la palma abierta, mostrando la navaja, la abrió lentamente, la empuñó con ímpetu subiéndola por encima de la cabeza y la descargó con todas sus fuerzas sobre el jamón, se dio la vuelta y dirigiéndose a la puerta, sin volver la cara, gritó ¡eso también es suyo!

PUERTAS Y VENTANAS 10

Caminando entre calles y plazas o indagando en fotografías antiguas vamos descubriéndolas, nos atraen por la forma, el colorido, los dibujos; a veces deslumbrantes y ostentosas, modestas en su sencillez, otras en deterioro y abandonadas, con historia o recién llegadas todas forman parte de la ciudad viva. «Disfruta y sigue tu camino«
Jardín de San Carlos. Foto: Francisco Pillado
Paseo Marítimo. Cerca del Pulpo.
Paseo Marítimo
Plaza de las Atochas
Fernández Latorre