RONCAL: SUS PUERTAS Y VENTANAS

Roncal (Navarra). Camino del Roncal rodeados de montañas nos sumergimos en un otoño con  bellos colores de hayedos  y prados.

Caminamos entre construcciones populares y edificios señoriales por calles empedradas  ascendiendo hasta la iglesia gótico-renacentista  de San Esteban del siglo XVI.

En las fotos disfrutemos con las puertas y ventanas de este singular pueblo.

Ayuntamiento. Año: 1953. Foto: Indalecio Ojanguren

BERGERAC: SUS PUERTAS Y VENTANAS

Bergerac (Francia). A hora y media de Burdeos está este interesante  pueblo de 20.000 habitantes  al lado del río Dordoña en la Nueva Aquitania.

Visita para disfrutar paseando por sus callejuelas y placitas contemplando  el entramado de madera de las singulares casas medievales con ventanas y puertas muy bonitas.

Aunque no nació en Bergerac, Cyrano de Bergerac pasó parte de su infancia en esta ciudad donde su abuelo tenía una casa.

Hercule-Savinien de Cyrano de Bergerac (1619-1655) fue poeta y dramaturgo. En la actualidad, es conocido por la obra de teatro Cyrano de Bergerac, de Edmond Rostand.

AHEDO DEL BUTRÓN: PUERTAS Y BALCONES

Ahedo del Butrón, Burgos. Desde la carretera CL.629 de Villarcayo a Burgos remontado el puerto de La Mazorra nos desviamos por BU-V-5143. Pasado Dobro a un kilómetro a la derecha encontraremos una estrecha carretera que nos llevará a Ahedo.
La carretera es serpenteante. Desciende protegida por roblizos encajonándose entre picachos que animan a lo que se avecina. Se llega a Ahedo viendo a la izquierda las eras redondas, enmarcadas en muritos de piedra perfectamente conservados. De aquí sale un camino para llegar a Tudanca en una pequeña caminata muy recomendable.
Las primeras veces que fui a Ahedo lo hice acompañando a mi tío en su venta ambulante con la “pachanga”. Fue una experiencia inolvidable. Llegar al pueblo, tocar la bocina y empezar a salir mujeres que iban arremolinándose alrededor de mi tío al mismo tiempo que éste sufría una transformación apareciendo una persona para mi desconocida. Qué labia, qué desparpajo, como convencía que las chaquetas, blusas, faldas… eran lo más bonito, barato y les quedaba «que ni pintado». Era serio, no admitía regateos, el fiado sí. “A ver si hoy cobro algo de lo que me deben” me comentaba cuando nos acercábamos al pueblo.
De vuelta a casa me hacía prometer que todo lo visto era secreto, quedaba entre los dos.
Todos los años volvía alguna vez desde Dobro donde pasaba los veranos. Muchas veces andando, otras en burro por el camino del rincón. Nos deteníamos en el trayecto a recoger manzanillas, avellanas, endrinas… siempre disfruté de este pueblo bonito y acogedor.
Ahedo cogió más categoría cuando descubrí un relato de Miguel Delibes “El Calvario de Ahedo” en “Castilla habla”. En él aparecen personas conocidas y queridas como Rafa, Toribio, Almudena o Victoria la mujer de Luis, el molinero de Dobro.
Habla Delibes de los “pasos” que se celebraban en Viernes Santo, en que un vecino, Ciriaco, recorre las callejuelas del pueblo con la cruz a cuestas mientras recibe los latigazos de los vecinos en una representación de la Pasión.
Fui una vez y desde luego el espectáculo era interesante pero duro. En aquella ocasión había nevado, hacía un frío tremendo y vi al pobre Ciriaco arrastrar descalzo la pesada cruz recibiendo los latigazos que aunque iban a la cruz siempre se escapaba alguno. Al final del recorrido fuimos todos a casa de Ciriaco donde las mujeres habían preparado unas alubias para reponer las fuerzas. Todos, vecinos y agregados compartimos alubias y charla.
Vuelvo siempre que puedo a Ahedo, paseando por las tortuosas callejuelas me vienen estos recuerdos llenándome de alegría contemplar que las casas, puertas, balcones y el viejo pilón frente a la iglesia permanecen inalterables al paso del tiempo.

 

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“El Calvario de Ahedo” de Miguel Delibes se publicó también en La Vanguardia y en ABC.

 

VILLAESCUSA DEL BUTRÓN: EL PASO DEL TIEMPO

 

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TORRE DE LA IGLESIA

VILLAESCUSA DEL BUTRÓN  (BURGOS). Durante estas vacaciones en Dobro (Burgos) he hecho, una vez más, una pequeña caminata de unos cinco kilómetros a Villaescusa en los límites del Parque Natural del Alto Ebro. Salgo desde el camino que parte de la carretera de Porquera hacia el sur. Desde el comienzo se ve, entre una neblina, el campanario de la iglesia de Villaescusa en lo alto de una loma.
Caminar tranquilo, alternándose el paisaje entre páramos, pequeños valles y frondosos bosques de robles, hayas y acebos. Evoluciones, en un cielo azulísimo sin nubes, de rapaces que quedan de vez en cuando estáticas para preparar la mortal caída sobre su presa, buitres que planean buscando sustento también hacen su aparición.
El camino después de una cuesta pronunciada acaba en amplia explanada con taberna al fondo. Todo es silencio. Apoyado en una columna de madera a la entrada de la taberna un joven y a su lado sentada con las piernas en una banqueta una mujer. Los conozco de otras ocasiones, madre e hijo que llevan el bar del pueblo. Ofrecen bebidas y unos huevos con torreznos excelentes.
La primera intención es refrescarme con una cerveza antes de visitar el pueblo. Me sirven una ¡Estrella! Echo en falta a Esteban, simpático y cantarín hombre que solía estar en otras visitas. Comentan que la cabeza le está gastando malas pasadas, se está yendo a las sombras del olvido en una residencia. Qué pena, hace dos años disfruté de su alegría y simpatía. Pago, disculpándome, con un billete de cincuenta. El hijo dice que no hay problema, se dirige a la madre que sigue sentada en su silla, rebuscando en el refajo va sacando billetes hasta completar la vuelta.
El pueblo sigue vacio. Los veraneantes han acudido a la semana grande de Bilbao y no volverán hasta pasadas las fiestas. No veré a nadie durante mi estancia en él.
Villaescusa llegó a tener más de trescientos habitantes en 1900, en los años setenta quedó vacío a causa de la emigración al País Vasco. Poco a poco se ha iniciado una pequeña recuperación, la rehabilitación de alguna casa lo demuestra llegando a los doce vecinos, en verano más.
Paseo entre las callejuelas destacando varias casas con portadas en arco de medio punto que deja el recuerdo de su hidalguía. Era pueblo de arrieros que transportaban sus mercancías por el camino del pescado entre Bilbao y Burgos.
En lo más alto del pueblo se encuentra la iglesia de San Torcuato, de origen románico del siglo Xll que fue evolucionando con reformas y añadidos a lo largo de su historia. En estado ruinoso, no puedo acceder a su interior al estar cerrada con unas tablas y candado.
E inicio la bajada a la explanada en busca del camino de regreso, recordando que mi abuelo estuvo de maestro en este lugar hace casi cien años. Me despido de lejos de los taberneros que siguen en la misma posición. A no más de cincuenta metros del pueblo distingo entre los rastrojos de una finca una orejas puntiagudas y una cabecita con unos ojos que me observan con completa tranquilidad, un zorro que ha salido en busca de la cena.

 

 

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AL FONDO DOBRO. FOTOS: A.R.

 

ORBANEJA DEL CASTILLO: SUS PUERTAS Y VENTANAS

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ORBANEJA DEL CASTILLO (BURGOS). No busquemos el castillo al llegar a Orbaneja, el castillo es el pueblo. El patio de armas está protegido por un arroyo que nace de la cueva del Agua y atravesando el pueblo a manera de foso protector se precipita en el Ebro diciendo: “¡cuidado, aquí estoy!”, todo con los vigías en las almenas esculpidas por el agua que se muestran desafiantes al invasor.

Orbaneja es para visitar, para contemplar el encanto que ha diseñado la naturaleza dejando una imagen de cuento.

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Dejo en esta entrada lo espectacular y añado  unas fotos de otros detalles que deambulando por Orbaneja podemos descubrir: sus puertas y ventanas. Para seguir con esta manía que se me ha metido este verano.

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FUI YO

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Las divertidas y emocionantes aventuras que se correrían durante el verano había que currárselas los primeros días de agosto. La obtención de un buen tirabeque era lo que uno tenía que agenciarse con prontitud para entrar en la pandilla. La manera de conseguirlo era hacerlo, no se vendían en las jugueterías. Así que desde el primer día se ponía uno a la faena.

Encontrar la rama adecuada de un árbol para fabricar la horquilla era el primer paso. Requería buena vista, la elección no era fácil, no toda rama servía. Calcular la separación, el grosor,  todo tenía que guardar una proporción y equilibrio para que el resultado fuera adecuado a la función. Una buena horquilla era importante para conseguir puntería.

Elegida la rama había que cortarla con la navaja. Hacer las hendiduras donde se alojarían las gomas, llevaba su tiempo. Las gomas se obtenían haciendo tiras una cámara de bicicleta mil veces parcheada que así daba un último servicio. La badana donde se alojaría la piedra de la lengua de una vieja bota. Era un trabajo de búsqueda, de cálculo, de elección, la tarea requería concentración, dedicación minuciosa.

La pandilla recorría el pueblo buscando un punto donde proyectar las piedras siempre pequeñas: una lata tirada en la calle, una teja vieja caída de un tejado, las campanas de la iglesia, la ventana de una casa deshabitada que se ponía por el medio, algún gato despistado y a veces íbamos a los pájaros. Éramos muy malvados.

Armábamos con frecuencia torres formadas por botes, botijos viejos rajados a los que atinábamos alejándonos cada vez más. Dedicábamos parte de las tardes, era divertido.

Cerca de la casa de mi abuela había un viejo patio con una ventana protegida por una tela metálica, muy tupida, a la que era difícil atravesar por los diminutos agujeritos y las piedras pequeñas que pasaban, llegaban sin fuerza para conseguir  la misión pretendida. La ventana me llamaba siempre que pasaba a su lado, me atraía provocadoramente con su seguridad desafiante. Un día encontré un clavo gordo adecuado para mis intenciones, lo guardé y de regreso a casa, en soledad, intenté atravesar la malla. ¡A la primera!

Te acercaste a nosotros, me clavaste la mirada diciendo muy serio: “El cristal del patio lo habéis roto con los tirabeques, os voy a arrancar las orejas”. “No, nosotros solo tiramos a los botes y a algún pájaro”. “¡Buenos pájaros sois, a correr, no os quiero ver!

¿Por qué al hablar me mirabas a mí? ¿Qué intuías en mi cara, en mi mirada avergonzada? Yo era bueno, era un niño de ciudad educado, incapaz de hacer aquello.

¡Qué bien nos llevamos después! En tu bar bebíamos sidra, comíamos cacahuetes, jugábamos a las cartas, al futbolín, nos arreglabas los pinchazos de las ruedas de las bicicletas. Siempre atento, tuve confianza contigo, pero nunca te lo dije. Ya no le daba importancia. No recordaba el escalofrío que recorrió todo mi cuerpo cuando te acercaste aquel día al grupo.

Hoy viendo esta ventana con su cristal roto pienso en la de pequeñas historias que hay pegadas a las piedras, a las puertas lamidas por la nieve, a las viejas ventanas desvencijadas por el viento, a los caminos con sus surcos hechos de lluvia. Nos hablan continuamente, trayéndonos en murmullo los recuerdos.

 

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