¡ÁNIMO,QUE SOIS CUATRO!

El largo pasillo de mi casa con la puerta de cristal esmerilado donde se formaban monstruos amenazadores me hacía ofrecer aquel lugar a mi padre antes de iniciar la sesión de tiros con la pelota esperando la cena, yo iba a la puerta de la cocina. Tras la puerta de la cocina había claridad, allí no vivían los monstruos. De la cocina llegaba el ruido del batir los huevos para la tortilla, el olor de freír los peones o fanecas, la protección de mi madre.

Los túneles que atravesaba el shanghai en el viaje del verano a tierras castellanas con olor a humo y carbonilla que esparcía la locomotora de vapor, el ruido ensordecedor, las historias comentadas por pasajeros sobre accidentes recordando la tragedia del túnel de Torre del Bierzo me producía miedo.

En algún viaje solían viajar dos parejas. La de la Guardia Civil de bigotes y tricornios negros y las monjas viajeras de hábito negro con la alegría de la blancura de sus tocados invadiendo espacio en aquellos departamentos de tercera.

A veces, las monjas, empezaban a rezar el rosario pasando las cuentas negras del rosario. En un viaje se acopló al rezo un guardia mientras el otro se disculpó diciendo que iba a hacer la ronda. Seguidamente yo me disculpé con la escusa de ir a los lavabos… y allí acodado en la ventanilla estaba el guardia de la ronda fumándose un pitillo. Me preguntó y comentó: era de Andalucía tenía un hijo como yo pero era muy estudioso… yo callado.

Más negro que los túneles, bigotes, tricornios, hábitos o rosarios era la sotana y el guardapolvo del siniestro hermano marista que se esforzaba en meterme en mi seca mollera las oraciones subordinadas. No solo tenía negra la sotana, negras eran sus gafas y su alma que creo que a él no le había tocado en el reparto. Hacía altos en la explicación para acercarse al personal distraído impartiendo dosis adecuadas de atención y silencio.

Hacia el final de la clase venía un cierto alivio. La sotana negra por efectos del polvo de la tiza se había impregnado de un polvo blanco que había transfigurado a aquel pobre hombre en un dominico, no solo la sotana, debajo y alrededor de las gafas todo era blanco.

La oscuridad del cine era distinto. La luz de la sala iba disminuyendo lentamente hasta quedar en completa oscuridad. El milagro se materializaba en la pantalla, la luz salía victoriosa de las tinieblas.

En la foto son cuatro, autoridad tienen pero… parece que dudan. Hay que ser prudentes, no es lo mismo enfrentarse a un coche mal aparcado, a una vendedora ambulante o un borracho alborotador que enfrenarse a la oscuridad, además vais con el uniforme de verano, en caso necesario se os podrá rescatar de la oscuridad.

Ánimo, si yo sobreviví, con la ayuda del cine en blanco y negro, a puertas con monstruos, a túneles, a tricornios, a hábitos y a almas negras, vosotros también podéis.

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